‘Solo quiero trabajar’: hondureño varado en Juárez clama por ayuda

‘Solo quiero trabajar’: hondureño varado en Juárez clama por ayuda

En una acera cercana al monumento a Benito Juárez, en el corazón fronterizo de Ciudad Juárez, Chihuahua, duerme Juan Carlos, un hondureño que hace año y medio salió de Danlí con un sueño en la mochila: trabajar y vivir con dignidad.

Hoy, en cambio, lo persigue una frase que repite a menudo: “No me quieren dar trabajo porque no tengo documentos”.

No pide lujos. No sueña con oficinas. Solo quiere barrer calles, cargar sacos, limpiar patios. Pero en México, sin papeles ni permisos, le cierran las puertas incluso a eso.

La travesía y caída del hondureño
Juan Carlos atravesó Guatemala a pie, cruzó el río Suchiate en lancha para entrar a México y se trepó a “La Bestia”, el temido tren de carga que transporta migrantes y tragedias.

Pasó por Hidalgo, Zacatecas y Coahuila, sorteando abusos y hambre. En un momento, creyó lograr su sueño.

Cruzó a Estados Unidos por Piedras Negras, pero lo detuvo el ICE y lo deportaron rápidamente.

Lo regresaron por El Paso, Texas, sin recursos, sin un plan, sin nadie. Desde entonces, el centro histórico de Ciudad Juárez es su techo, su mesa, su cama.

Rechazado por no tener papeles… ni secundaria
El hondureño intentó postular a empleos básicos: barrer, cargar, limpiar. Pero la falta de un certificado de secundaria hace que lo rechacen.

“Yo no entiendo por qué necesitan eso si solo voy a barrer”, dice, sin rabia, pero con una tristeza que lo ahoga.

Más allá de los documentos migratorios, las barreras administrativas lo condenan a una indigencia que ya dura meses.

Una ciudad dura, pero no indiferente
A pesar del rechazo institucional, Juan Carlos encontró humanidad en la calle. Vendedores ambulantes, transeúntes y algunos vecinos lo apoyan con agua, pan o palabras de aliento.

“La gente de Juárez es muy amable, casi siempre me tratan bien”, afirma, con gratitud.

Juan Carlos no es una excepción. Es el rostro humano de un sistema migratorio que no contempla la reintegración de quienes deportan.

No hay puentes entre la voluntad de trabajar y la oportunidad de hacerlo. Solo obstáculos, silencio y olvido.

Mientras tanto, él sigue ahí. Con los zapatos rotos, los papeles ausentes, y una escoba imaginaria que aún no le permiten sostener.

“Yo solo quiero trabajar. Nada más”, repite Juan Carlos. Su historia, aunque invisible para las autoridades, es una súplica sencilla.

El hondureño pide una oportunidad, porque asegura que nadie debería ser ilegal para tener derecho a una escoba, a una cama y a un mañana.



Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *